Alma de filósofa, mente de escritora, pensamientos de poeta y un destino plasmado en letras.

lunes, 26 de marzo de 2018

En los confines de mi memoria guardo pasiones colmadas y arrolladas de costumbre, letargo y pesadez. Las vibraciones no me llenaban, caminar la falda de la colina con él tomado de la mano, no regresaba la fuerza a mis pies.
Este hombre intentada meterme la madera, el plástico, las cuerdas y las clavijas por los oídos mientras sin siquiera detenerse en la ímpetu de mi juventud, de mis manos aniñadas y mis ojos poco interesados, metía el mástil y la caja en mis entrañas como si del molde más acorde se tratara. Escuchaba cada Martes y cada Jueves de la época de lluvia, como las paredes de concreto y corcho vibraban y se retorcían de placer, como los pasos acariciaban el suelo y una esquina tenía olor a pastel, café y chocolate.
Estaba tan enternecida con las posibilidades de elegir no volver, que cuando un hombre grande, el más grande, un adulto de metro noventa se acerca y como si de respirar se tratara me dice que si no quería volver, sólo bastaba con decirlo. Puberta y mi alma casi en estado catatónico, a punto de destruirse ante tanta agresión, no lo pensó dos veces y decidí. Como siempre quité los frenos del tranvía y me lancé en picada al vacío de la autoridad.

De adulta, consciente, más madura, vi el mundo, como nunca en aquel momento lleno de revoluciones y rebeldía se dejaba ver, lo vi, lo sentí. Fue como un sismo en mi alma reconstruida y sólida, sentí cómo atravesaba mis venas, sentí cómo la vibración de cada cuerda enriquecía mis manos, cómo la caja, pegada a mi pecho y abdomen, soltaba cada vibración que absorbía y soplaba, sentía cómo mi muñeca encendía un motor y mis dedos comenzaron a bailar la cromática como si la estuviese divisando desde el rojo hasta el azúl.
Lo comencé a vivir, busqué cada orgasmo que se generaba en cada punteo, busqué y busqué. Ya no necesitaba musa, la musa me la daba cada vibración en cada pedazo de tablatura, cada fracción, cada negra. Quería más...
Un día el más grande, que una vez me quitó la sangre del alma volvió, pero esta vez para alimentarme con sermones y café. Caminé de su mano, mientras de mi mano flotaba mi cuatro, entramos en la habitación y me senté frente a él para observarlo. Me dediqué a seguir sus pasos y mi alma por primera vez se sintió completa entre tambores turbulentos, amplificadores suaves, contra altos y corales.
Mi alma se volvió una el día que la música se contempló como obra y gracia, la comí, la bebí y la convertí en sangre de mi sangre. La música se volvió paz y exigencia, disciplina y paciencia, se volvió todo lo que fui, lo que soy y lo que nunca seré.

Desde ese día,  soy música y el pasado es cada sonido que sopla la caja musical dejándolo ir a su antojo por la acústica del viento.

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