Alma de filósofa, mente de escritora, pensamientos de poeta y un destino plasmado en letras.

miércoles, 11 de enero de 2012

El cáliz del túnel

 Un viaje con un fin de universo, era el que esperaba Mario hacer muy pronto. Por el camino de la estela montañosa hacia el túnel de las aguas misteriosas.

 Se preparo Mario, mochila y bastón en mano, dirigiose a la ciudad de la gran famosa estela montañosa, se preguntaba cuanto tiempo le costaría cruzar, es -desde una perspectiva lejana- una peluda montaña, rodeada de de maizales y pasto, y la montaña misma, sin dejar rastro alguno a la vista de la tierra, completamente llena de pinos. La noche sin luna y estrellada le daba un toque oscuro, grisáceo.

 Después de días y días en los que Mario ascendió la montaña y llegó a su falda del otro lado debía caminar otros 20 kilómetros para llegar al túnel de las aguas misteriosas.

 Al llegar se dio cuenta de lo majestuoso que era su exterior, su superficie era sonrosada tildando a rojo carmesí por el sulfur que dejó hace milenios un volcán que se erosionó con quizás una mayor e increíble rapidez.

 En sus adentros esconde un gran secreto y sus bordes exteriores llevan consigo un blanco hueso, un poco amarillento de vejez y sabiduría. En la entrada a este túnel había una vieja antorcha, con su encendedor la prendió, sintió el vigor de las llamas cerca de él y empezó a sentir menos frío. Al entrar al túnel el piso cambió, mientras afuera era pedregoso y lleno de pasto, adentro era arenoso, terso, blanco y con ligeros destellos a la luz de la antorcha.

 El estado pacífico y mítico dentro de esta era tal que pronto Mario sintió ganas de descansar, pero primero quería encontrar los indicios del gran secreto, al adentrarse más y más el silencio se volvió ensordecedor y a lo lejos se escuchaban pequeñas gotas cayendo. Empezó a observar las paredes con mas detenimiento, con cada metro que avanzaba se iban haciendo más claras a pesar de lo oscuro que estaba, pronto empezó a ver ranuras en todo el contexto, de piso a techo. Eran como relámpagos que se unían de forma natural y sin esfuerzo, comenzaron a cambiar de color hasta que se volvieron de un rojo intenso, un rojo sangre.

 Como las culturas ancestrales, sabía Mario que pintaban con cualquier objeto natural que creara un color o un valor. Pronto empezó a notar cierta coherencia en los trazados, eran descripción de algún tipo de deidad con gran poder, se veían dragones, obeliscos, esfinges, y aunque no lo decía, se sentía lo poderoso de algunos humanos dibujados. La deidades eran como gigantes hechos de piedra, con rocíos de lava y tatuajes de sol y luna, rodeados de nebulosas, estrellas y asteroides abstractos pero singulares.

*Historia inconclusa*

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